TEXTO CURATORIAL

Sí a todo, abre la oportunidad a artistas internacionales a que se replanteen cómo el contexto donde se va a mostrar su trabajo puede condicionar la propia obra, desafiando los límites del software, distorsionando posibles realidades publicitarias y proponiendo nuevas maneras de observar el hardware.

El centro comercial es un espacio sin límites, sin orden, sin verdad, es un imperio de confusión donde no existen prejuicios, orden ni jerarquía; un espacio de saturación donde reina la ambición del “más” y la acumulación como fin en sí mismo. Un lugar que organiza las ideas, invade nuestros sentidos y nos seduce, va directo a nuestros gustos y ataca nuestras debilidades. Este espacio aprende de nosotros, nos conoce más que nosotros mismos, se expande a todos los ámbitos de nuestra vida [1]. El centro comercial es, para muchos, el nuevo espacio público. Una suerte de ciudad climatizada que acoge algunas de nuestras experiencias vitales más importantes. Los primeros momentos de independencia adolescente, las primeras decisiones estéticas, los primeros besos, las primeras aventuras. Un no lugar-hogar [2] que nos acompaña allá donde vayamos, un espacio seguro, confortable, pero a la vez saturado, abarrotado, donde somos uno entre muchos, donde lo colectivo puede a lo individual. Un espacio fenomenológico, construido desde los sentidos. Un lugar que nos sacia, que nos emociona y que nos aburre.

De la misma forma, Internet se ha convertido en un espacio de desorden perfectamente organizado. En pocas décadas de historia, se ha definido la forma de consumir contenidos en la red. La estructura es siempre la misma; los formatos se van acercando unos a otros. El mismo código y el mismo objetivo: una visión social y una necesidad de reconocimiento visual en menos de un segundo. Es tan rápido porque no hay noche; todo está encendido y disponible las 24 horas del día [3].

Estos dos mundos entran en contacto a través de unos finísimos dispositivos que se superponen a cualquier material. Una fina pero muy profunda capa digital que tapa el mármol o el paisaje y nos traslada a una realidad inmaterial, la de los 0 y 1 transformados en brillantes puntos de luz que, juntos en miles, se convierten en tecnológicas ventanas que nos llevan a lugares nuevos, imaginados. Estas imágenes en movimiento aumentan los espacios y adaptan su ritmo a la sociedad cambiante, cada vez más rápido. Las imágenes se mueven, circulan en un loop infinito de pantallas, se copian y reproducen [4]. Barroco digital, manierismo tecnológico, cornucopia sensible a los datos. Este espacio liminal, donde todo puede suceder, es lugar para el arte.


[1] Rem Koolhaas, Junkspace, 2002.

[2] Marc Augé, Los no lugares, espacios del anonimato: una antropología de la sobremodernidad, 1992.

[3] Rafaël Rozendaal. Exhibition at Bonniers Konsthall, text by Marti Manen, 2016.

[4] Hito Steyerl, Duty Free Art: Art in the Age of Planetary Civil War, 2017

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